SUCEDIÓ UNA VEZ EN LOS LAGOS

La Noche del Pico.

El Pico, hijo del Cacho, tuvo un jubiloso debut en el box. Esa noche se enfrentaban veteranos y debutantes, todos con la misma fe de masacrar deportiva o antideportivamente a quien tuvieran por delante, eran tiempos duros no se aguantaban flaquezas. Tocó el turno del Pico, quien, con más pundonor que experticia, tuvo que darle cara a un curtido, pero joven peleador de otra comuna. En el primer asalto se vio de qué estaban hechos. Pico, de corazón y garra, el curtido, de técnica y maña. Ya en el segundo turno se reveía el desenlace, pero el Pico que era de la estirpe de los valientes, seguía buscando sin desmerecer su catadura. Y como el mundo y el box son iguales de injustos, en un momento se vino el golpe certero que todo boxeador quiere dar y que todo boxeador quiere esquivar. Y el Pico, aún endurecido por su temple, no tuvo las fuerzas de mantenerse en pie y cayó de espaldas con los brazos en cruz, huérfano en el medio del ring. La luz iluminaba su cuerpo desparramado, los otrora vítores se transformaron en un silencio de sepulcro. De pronto, de una de las esquinas oscuras del Coliseo de madera, una voz soltó en son de apoyo y de cántico:

¡ Que se pare el Pico, que se pare el Pico, que se pare el Pico!

No tardaron los demás espectadores en seguir, hasta el estruendo, la pegajosa cantinela de ánimos y de aguante a la manera de las barras bravas. La vociferada se hizo tan ensordecedora que sorpresivamente el Pico, abandonado en medio de una nada, comenzó a dar señales de vida y de querer recomponerse. Parecía que el eco multiplicado de su himno le daba el coraje de revertir los vaivenes de la suerte y de su cabeza. Así como flotando en un agua de resurrección, alcanzó con sus últimos esfuerzos una de las cuerdas del cuadrilátero y comenzó a levantarse. Ahora ya no eran gritos, eran bramidos de júbilo de la esperanzada audiencia que a medida que lo animaba lo iban haciendo agigantarse como un gladiador en medio de un coliseo del delirio. Hasta que, al fin, en ese último arranque vital, el Pico se reincorporó y levantó sus brazos a la muchedumbre febril, extasiada como cualquiera ante la presencia de un milagro. Y el Pico, alzando sus guantes en son de conquista total, saltó de la misma alegría que si hubiera vuelto a nacer gritando gané gané!!!.

Esa noche el Pico perdió en los papeles. Pero le ganó a la vida, reconstruyendo su honor, mostrando la grandeza sin fin de su voluntad y enseñándonos que a veces también necesitamos la fuerza de los demás y que nadie está solo. Esa noche, heroica y luminosa será siempre recordada como la noche en que se paró el Pico.

@Del Libro WÜÑOLCHE 2025 DE Javier Milanca

El Día en que el Chelo y el Maulino Detuvieron el Reloj

Hay demoras y hay retrasos fatales. Están los días en que la primavera se niega a llegar y el invierno, cual macho ansioso y ufano, insiste en dar vueltas lleno de lluvias. Hay retrasos que provocan dramas mayúsculos: abandonos de hogar, disturbios con la fuerza pública y juicios en juzgados locales, nacionales y hasta internacionales. ¡Ay, de estos atrasos terribles!

Pero luego están aquellos retrasos tan esperados, de esos que sabemos que complicarán todo, al modo de los trenes que viajan sin destino, sin horario fijo y donde pareciera que hasta los dioses han olvidado existir.

Pues bien, todos en Los Lagos sabían que el Chelo y el Maulino se odiaban. Un odio prolijo, cultivado con paciencia y mérito. Nadie, absolutamente nadie, conocía la verdad imperecedera del porqué, pero las especulaciones alimentaban vagas apuestas y conversaciones eternas. Se sabe que el odio nace y se incuba a la mala, encontrando cobijo en espíritus de armazones porfiadas.

No me atrevería a decir que hay ciencia detrás de este sentimiento, pero sí se sabe que, que comienza en la noche y se manifiesta en un día y horario muy oportuno para quienes desean demostrar su rencor. Su maleza podía venir por algo tan cotidiano como un saco de papas mal pagado, algo sublime como la exclusividad de una hembra, o algo tan fútil como el debate de si una poruña equivale a un kilo o a 750 gramos.

Era de esperarse, entonces, que estos dos hombres acordaran que su odio debía, por fin, florecer encendido como los Notros. Era cosa de tiempo que se encontraran para resolver, de preferencia a puñetazos, los vórtices de sus desavenencias.

Y así fue. A eso de las cinco para las doce del medio día, se toparon en el único puente de Los Lagos, esa infraestructura que une a la gente con sus trámites, única vía para entrar o escapar, y que en ese momento se transformó en un pasadizo sin retorno.

Las cartas estaban echadas, los dados en ristre. Frente a frente, a manos limpias, el Chelo y el Maulino se desafiaban.

Y no, no es casualidad, porque las casualidades no existen.

Con los puños en alto, listos para golpearse y sacarse la cresta, algo sucedió. En ese instante, todo se detuvo en el puente de Los Lagos.

Se detuvo la marcha. Se detuvieron los autos. Los escolares no fueron a la escuela. Los vendedores llegaron con sus acelgas podridas y sus huevos pasados. La leche se hizo nada. Y lo más insólito: el encargado de tocar la sirena de las 12 retrasó el reloj. Se retrasó la empresa, se retrasó la industria y se retrasó el almuerzo. Todo, absolutamente todo, para ver la pelea, el combate, la lucha entre el Chelo y el Maulino.

De pronto, un taxista, airado, sacó un palo y gritó: “¿Van a pelear o no, o van a seguir deteniendo todo?”

El grito fue la llave. El Chelo y el Maulino se miraron, recogieron sus rabias y sus sacos de huesos listos para ser amoratados, y sin decir una palabra más, se marcharon cada uno por su camino.

Fue necesaria esa “no-pelea” y la retirada de ambos, uno en contra del otro, para que los relojes volvieran a andar. Así la vida entró en su quicio como una prolija cerradura y todo volvió a andar como es debido.

Pero la gente lo sabe: ese encuentro quedó pendiente. Y el día que ese brutal combate finalmente ocurra, ahí sí que no solo se detendrán los relojes, sino que, de pura expectación, se detendrá hasta el sol.

EL DÍA EN QUE EN LOS LAGOS NOS PERSIGUIÓ LA MOMIA.
¡Atángana, atángana! ¡que el grito de sus corazones se eleve hasta el cielo, porque esto no es un relato, ¡es la tragedia más grande en el cuadrilátero de la infancia!
Un niño de la provincia de los lagos, con el corazón en la mano, vibraba con los titanes del ring, que domingo a domingo se sacudían por las pantallas en blanco y negro de la televisión. Hasta que un domingo llegaron a su pueblo. Para él, eran deidades de carne y hueso. El Gladiador Romano, el Hombre Araña, el sangriento Vampiro, pero la noche prometía el gran estelar: la Momia contra Míster Chile. ¡el momento que lo tenía al filo del asiento!
Pasaron una a una las duplas de luchadores con emocionantes muestras de golpes, llaves y saltos por los aires. Hasta que presentan el duelo final, el más esperado.
Pero la vida, amigos míos, ¡siempre guarda un golpe bajo! ¡aquí el plot twist que nadie vio venir! ¡la momia, con la maldad escurriéndose por sus vendas, emprende la persecución no contra su rival, sino contra los propios niños! ¡le está dando y no consejos a la inocencia!
El terror se apoderó de nuestro pequeño. su héroe, Míster Chile, ¡al igual que un vil cobarde, lo abandonó! ¡sí, señores! Míster Chile, el que nace marrano, muere cochino, ¡huyó despavorido, dejando al niño solo ante la pesadilla!. Metáfora terrible de todo aquello que se llame Chile.
¡Y la tragedia no terminó ahí! ¡la Momia desatada se lanzó en caza mortal tras el pequeño! con la lentitud ominosa del terror, arrastrando sus vendas, avanzaba. el niño, congelado, miraba a los lados, buscando a Míster Chile, a cualquiera. esperó, aferrado a una última chispa de valentía, deseando que sus amigos presenciaran su aguante. Pero la muchachada, de la población Los Pinos y de La población Nevada siempre intrépida, arremetió con su arma más temible: Escupos. Una copiosa lluvia de gargajos contundentes se desató sobre el enemigo milenario. Era escupir y arrancar en una retirada caótica pero con la dignidad de irse peleando.
El aliento putrefacto de la momia ya se sentía en su nuca, ¡un hedor a tumba abierta! y en ese último, último segundo, cuando el pánico lo devoraba. Un amigo un poco más lúcido dijo: “Arranquen, estos weones son cagaos e la caeza” ¡nuestro pequeño héroe lanzó un grito silencioso y huyó despavorido! ¡sí, señores, justo antes de que las vendas lo atraparan, eligió la supervivencia!
Así, como un nocaut técnico, ¡parte de su infancia se desplomó ante sus propios ojos! y para sellar este amargo recuerdo, vio cómo los titanes, despojados de su invulnerabilidad, subían al bus que se los llevaba, ¡llevándose consigo los pedazos de su niñez rota por la melancólica calle Quinchilca de Los Lagos, que como bien sabemos, quien se va por ahí es bien difícil que vuelva.
Del Libro Wüñolche de Javier Milanca 2025 

Jueguen Todos al Ritmo de Miguel.

Ese día, la atmósfera en la cancha era más densa que la neblina invernal. Algo pasaba con nuestro amado equipo de Los Lagos: no daban pie con bola. Peor aún, ¡no daban bola con pasto! Simplemente no había acuerdos de esféricas. Los pases se perdían en el aire como promesas electorales y el equipo parecía buscar el arco en la dirección equivocada.

El adversario, por su parte, tenía una claridad ofensiva insultante. Ocupaba cada espacio que Los Lagos, en su desordenada melancolía, iba dejando. No había qué crestas hacer. Era uno de esos partidos importantes donde se juega la gloria del pueblo contra la gloria de algún visitante, y Los Lagos no encontraba su ritmo, ni su tino, ni su quicio.

La barra, ya desesperada, era un coro griego de vítores de apoyo, vítores de rabia y, sobre todo, instrucciones varias que el viento se llevaba.

En ese momento de caos táctico, entra Miguel a la cancha.

Entonces, el padre de Miguel que había visto a su hijo entrar con la energía de una locomotora, no pudo contener la maestría de su corazón. Desenfundó su voz, lustrosa de cariño paternal y cargada de una instrucción sublime, que se oyó por encima del griterío y del árbitro:

– “¡JUEGUEN TODOS AL RITMO DE MIGUEL!”

El resto, es historia. No se sabe si Los Lagos ganó ese partido. No se sabe si encontraron, todos al mismo tiempo, el ritmo exacto de Miguel. La verdad es que poco importa el marcador.

Lo que sí se sabe es que hoy, en estos lados, el grito se repite como un mantra. Se ha convertido en una filosofía pueblerina: Cuando no estamos en acuerdos. Cuando la vida nos da patadas y no encontramos armonía con el universo. Cuando el pueblo necesita cuajar y ser civilizado venga la idea: “¡Jueguen todos al ritmo de Miguel!”

Porque jugar al ritmo de Miguel es más que una instrucción deportiva. Es un encargo de padre amoroso y admirador que quiere ver a su hijo triunfar, y que, por extensión, desea que todo su pueblo se organice. Es el amor paterno en su máxima expresión: “Cópienlo. Imítenlo. Si mi hijo es bueno, ¡sean todos como mi hijo, para que Los Lagos triunfe!”

Ya encontraremos todos juntos el camino, la buena senda y ese día, que por mucho es una frase de una utopía política, ética y estética, llegará. Será un luminoso día en que jugaremos todos al ritmo de Miguel y ese día será hermoso.

Amigos de Los Lagos, les cuento que una vez tuve la suerte de compartir con el grande Hernan Rivera Letelier. Presentamos libros mutuos en la Feria del Libro de La Serena. Compartimos también una agradable cena y después una anécdota de otro horario por llegar tarde al Hotel donde nos invitó la organización. En esa cena inolvidable, hablamos de Pampa Unión donde nació y tuvo que emigrar mi abuela paterna, Oficina que él conocía bastante más por su cementerio ya que hoy es sólo un pedazo de desierto plantado de cruces. En ese tiempo él estaba escribiendo el Arte de la Resurrección, una novela en base al Cristo del Elqui, personaje que mi abuela alcanzó a divisar con su sombrero de cartón, de ahí nación una amistad que conservamos epistolarmente o como se diga hoy a la amistad de correos electrónicos. De ese entonces comenzamos a hablar de personajes y por supuesto sus apodos o sobre nombres. No es apto este post para la generación de Cristal, pues todo lo que estoy escribiendo está en base al folclor, un perjudicado folclor, así es que en otro post hablamos de los apodos y sus implicancias. Lo cierto es que mientras hablábamos de apodos, se nos fue sumando gente aportando a nuestra enciclopedia y pronto tuvimos un círculo de personas desternilladas de risa que nos traían sus propia batería de sobrenombres. Había algunos centroamericanos que nos hicieron morir de risa, se acercó también una severa polaca que como pudo mencionó varios en enrevesado y graciosísimo castellano. Por supuesto el garzón Coquimbano se lanzó con lo mejor del puerto y sin mentir nos caímos al suelo de risa. Luego vino la prosapia de Hernán Rivera que nos hizo estrujar. Cuando llegó mi turno me lancé co lo mejor de mi pueblo y sin mentirles logré mantener en risa desternillada al auditorio. Y claro, por eso les hablos a los laguinos, les nombré, con explicación de origen, por ejemplo al “Tuercas”, La Siete Gorros”, a la “Conchepulga”, al “Gollo de Maqui”, “La Manquehuita”, al “Corbata Sucia”, al “Patáen la Raja”, “Juan Sebo”, al “Voy que me Cago”, al “Aserrín de Ramada” y tantos otros. Si esa noche hubiesen existido los Podcast habría sido uno viral. Y Los Lagos no se quedó atrás. Gente de Los Lagos de cuales apodos se acuerdan ustedes?

PICHI EPEW: EL BOTAS BRAVAS

EL BOTAS BRAVAS.

El Botas Bravas lleva siempre a su paso un lustroso par de botas de goma, de copa larga para las humedades del invierno y recortadas a la altura del tobillo para que aireen de buena gana en verano. Jamás se las quita por miedo o devoción, no lo sabe, pero no quiere romper con lo que ya ha empezado. El Botas Bravas sabe cantar en Alemán pero los que lo escuchan con atención dicen que sólo son garabatos y palabras enrevesadas o tal vez un alemán muy antiguo. Esto al Botas Bravas le produce mucho encono. El Botas Bravas habla bien de las mujeres aunque haya aprendido en las canciones de cantina que se portan mal. Esto al Botas Bravas le produce mucha pena. El Botas Bravas dice que puede dibujar cagando con el culo, hace árboles de buena estampa y decorados animalillos de la selva y hasta algunas veces deja su firma marrón reseca en las veredas. Dice que es un depurado arte combinando oportuna comida y un buen pulso. Esto al Botas Bravas le produce mucha Bonhomia. Cuenta que una vez lo  entrevistaron por la radio, que no  dijo nada pero todos le entendieron. Esto al  Botas Bravas le produce mucha alegría. El Botas Bravas no habla de frente, pero si lo hace cuando dice que el  verdadero milagro no es nacer, que el verdadero milagro es criarse y esto al Botas Bravas no le produce nada y enseguida se calla porque el milagro de seguir respirando puede terminarse en cualquier momento y entonces tampoco hay que abusar.

LETANÍA DE LOS BUEYES DE CATALDO.

Eran dos solemnes barcos que navegaban en las calles de mi pueblo
Lentos como amasijos de greda
Parsimoniosos como brote de manzanos
Rimbombantes como ritos.
Y sus cascos sonando en el Los Lagos antiguo.
Los bueyes de Cataldo dejaron sus sombras insignes
símbolos del bufido
Babeando….mojados…..granizados….llovidos
Flotando al compás de la garrocha
Entre los autos, entre los problemas
Y siempre tranqueando 
Buscando hilvanar más allá de nuestros ojos
Más aquí ahora y en estas horas.
Pomposos flameando sus cornamentas
Erguidos al yugo mortífero
Sendos panes de dulzura y fuerza
Titanes de piel hechos a imagen y semejanza
De nosotros mismos.
Detrás del silbido a punta de pezuña en el barro.
Entraron los siglos a pasos sigilosos
Sin darnos cuenta cambiaron de nombre las calles y las plazas
pero no más sigilosos que los bueyes de Cataldo
Dos soldados marchando vitoreados por nadie
De regreso de guerrear en el bosque o en el río.
De una mano nacen dos, de un cuerno nace un yugo
Dos bueyes invencibles en el resoplido
En el escarmiento de lo moderno
En la fina bisagra del ayer y hoy
¿Cómo le enseño a mi hijo de paciencia?
Si él no ha visto a los bueyes de Cataldo subir la cuesta de La Nevada
Ante el invierno….. el azote…….. la escarcha…. La picana
y la testuz doblegada ante el patíbulo del ripio

En las calles plomas y fatigadas de mi pueblo
Pasan ceremoniales dos lentos obispos de la nada.

EL PUENTE DE FIERRO DE LOS LAGOS
Javier Milanca

Persistiendo después del musgo
Volviendo con nuevas palabras sobre las primeras
Estaba ahí ese macizo trébol de fierro invierno
Incrustado en el lienzo salvaje del Collilelfu
Donde las aguas cambian de color, de moléculas más no de nombre
Se ha tejido de óxido y condecorado orgulloso
Con la greda roja del río

Allí pasó un trencito haciendo crujir su osamenta de niño viejo
Raudo al encuentro de la geografía
Cargado de almas y de leña
Certero las cordilleras de Riñihue
Allí volvieron de hacerse hembras
Las niñas después del sexo silvestre
Entre sus barrotes
Abiertos cundió el oro de los primeros besos
Allí escondieron sus alas los alados suicidas
En su vuelo furioso.
Allí se vivió la clandestinidad de los primeros cigarros.
Comenzó la hermandad a bautizarse de pisco y otros opios verdes
Por allí pasaron cantando tantos hombres su cansancio
Atravesaron las mujeres con su mosqueta y sus garbanzos
Allí pasaron, ellos dos amantes
Y saltaron al vacío como dos crucificados
Y comprendimos que a veces el amor es el mejor amigo de la muerte

Fábula sobre el metal y la madera
Levantado por carrilanos toscos y transparentes como piedras de río
Espejismo entre la niebla y la garúa
Pintado por el bello óleo del músculo obrero
Apuntando hacia el norte como una flecha
Intacto como esqueleto de elefante dormido

Nosotros cambiaremos de piel y de pupila
Otros signos dibujarán nuestros nombres
Y cuando ya ni quede nuestro polvo de las sombras que fuimos
Permanecerá esa telaraña de fierro
Repitiéndose a si misma
De tarde en tarde y sombra total contra el río
Pareciendo un tren espejo a imagen y semejanza
Con la persistencia de las cosas que duelen
Intacto al igual que un lucero
Frio y presente cual si fuera un beso de moribundo
Bello y eterno como el vestido de una madre

EL CEMENTERIO DEL FUEGO

(Javier Milanca – Valdivia)

A mi pueblo del sur: Los Lagos.

Ellos plantaron en la greda la sutil inercia de la muerte

Dejaron que el recodo sea memoria, que el cerro sea lápida atenta

Y que el río se convierta en lluvia los últimos suspiros del delirio

Y así fue que sobre el hueso y el cráneo aterido

Se desparramó el cemento ajeno

Y el paño verde de la maleza se cubrió con la telaraña de las casas.

Pero en  ciclo de lluvias lunares el fuego abraza las construcciones

hasta convertirlas en humo incierto

las lenguas rojas derriten en humo las maderas

las fotografías y las ventanas.

Es la venganza de los verdaderos hijos del arco iris

Que vuelven convertidos en seres crepitantes.

Nadie puede descifrar la premura de las llamas

en la incandescencia de la noche

Puede que de tanto incendio vuelva a reinar algún día

la soberana estirpe de las nalcas

Y los árboles vuelvan a entonar la canción de las ramas

Por sobre la pobreza de nuestros techos aplastados

Nosotros, no seremos más que el simple futuro de la nada.

Los Lagos: eres la flor de loto de un cementerio de antes

Convertido ahora en un molino de aspas tristes y humeantes

Tu razón de viejo eterno

Juguetea entre los astros de pies húmedos

Nosotros esperamos bajo las piedras mojadas

Que Pillán duerma la mona en el más allá

nos despierte en su averno

Y nos lance en la cara que toda eternidad comienza con la muerte

Y que a toda semilla también le precede la ceniza.