El Viaje de Lito de Lilia Hernandez, Ediciones del Gato 2024.

Por Javier Milanca Olivares

La literatura de viajes nos promete aventura, distancia y descubrimiento. Pero hay obras que invierten esa promesa: nos obligan a mirar hacia adentro, hacia el pasado. “El viaje de Lito”, de Lilia Hernández de inmediato (publicado en el año 2000), no es un relato de kilómetros recorridos, sino una memoria de la ensoñación en un país que había perdido su color.

Este texto esencial no es solo una novela para niños; es un documento forense sobre la infancia robada por la dictadura. Es la crónica de cómo un niño, Lito, se vio forzado a madurar en la geografía opresiva de los años 80 en Chile.


La Maduración Forzada: Símbolos de un Conflicto

La obra nos sitúa de inmediato en la atmósfera de la opresión, donde la infancia es un campo de batalla. Lito es el niño cuyas circunstancias cambian día a día, enfrentado a una madurez precoz en medio de una sociedad oscura.


El Tren: Hilo Conductor de un País Fragmentado

La estructura narrativa de “El viaje de Lito” se basa en la fragmentación, una elección estética brillante que refleja la memoria de una época rota. Y es aquí donde el tren adquiere su rol fundamental.

El tren no es solo un medio de transporte, sino un personaje secundario omnipresente y el símbolo del Chile fragmentado por el odio.

El viaje geográfico se convierte en un viaje emocional:

  1. Santiago / San Bernardo: La gran capital, la urbe opresiva, el lugar donde la realidad se impone en blanco y negro.
  2. La Provincia de Ensueño: El polo opuesto: el Estero con piqueros, el lugar donde reside el padre, el sitio “donde todo será mejor” y donde se anhela volver.

El hilo conductor del tren conecta estos pedazos de historia chilena, condensando la gran historia de los años 80 en un mosaico de recuerdos infantiles.


La Ventaja de la Memoria y la Interpelación Final

Para el lector adulto que vivió esa época, “El viaje de Lito” es un espejo ineludible, un recordatorio visceral de la maduración que tuvieron que enfrentar para sobrevivir. Los niños de ese entonces son los adultos de hoy, y poseen una ventaja invaluable: la visión dual de Chile.

Ellos recuerdan el país en blanco y negro—la crudeza de la injusticia y el hambre—, lo que les permite contrastarlo con el Chile colorido de la actualidad, supuestamente lleno de noticias y oportunidades que, sin embargo, “tampoco están a la mano”.

El gran valor de esta obra es su interpelación al presente:

¿Cómo le explicamos hoy esa madurez y esa resiliencia a nuestros propios niños, quienes viven en múltiples realidades paralelas y, paradójicamente, pueden ser más vulnerables que aquellos perseguidos por el hambre y la injusticia de la dictadura?

“El viaje de Lito” es, en última instancia, una lección de historia contada de niño a niño, y un recordatorio crucial de que la necesidad de crear héroes, de buscar solidaridad y de creer en un futuro mejor, sigue siendo el motor para sanar las heridas de nuestra memoria colectiva