
Javier del Cerro: La Aldea de los Pensamientos.
Por Javier Milanca Olivrares
Javier del Cerro representa una voz singular que ha trazado un camino migratorio no sólo geográfico, sino también literario. Desde su residencia en Uruguay, ha construido una obra que opera como un puente entre la memoria y la distancia, explorando la compleja realidad de su Chile natal con una mirada que es a la vez íntima y universal. Su transición de poeta a novelista no ha sido un abandono, sino una expansión natural de su arte. En su poesía ya encontrábamos las semillas de lo que florecería en su prosa: una sensibilidad aguda para capturar la esencia de un entorno que describe como real y, a la vez, caótico.
Su trabajo se convierte en un espejo que refleja la tensión entre la geografía física y el paisaje interior, donde la soledad, el desgarro y una rebeldía latente se manifiestan como el pulso narrativo. Su prosa, cargada de una poesía cruda y directa, nos sumerge en un mundo donde el orden es una ilusión y el caos una fuerza existencial. Así, Javier del Cerro se establece como un cronista de la distancia, un poeta que encontró en la novela el espacio perfecto para dar voz a un Chile que, desde la orilla opuesta del río, sigue latiendo en su pluma.
En “La Aldea de los Pensamientos”, los elementos eternos del mar se internalizan en la mente del personaje, creando una realidad donde lo real y lo caótico coexisten. Los habitantes de la aldea son “del viento”, lo que los hace fugaces y errantes, como “enanos de circos esperpénticos”, lanzados por el flujo de ideas que se deshilachan como “gotas de lluvia o gotas de pensamientos”.
La Conciencia del Poeta y la Condena de la Soledad
La obra identifica una profunda reflexión sobre la figura del poeta en la sociedad chilena, un oficio que lo condena a una existencia solitaria. La soledad no es un vacío, sino el espacio donde florece el pensamiento, la única certeza que existe. Los “perros libertarios” que actúan como la conciencia del personaje lo empujan a seguir su camino a pesar de un contexto que, descrito como un “país de fascistas”, rechaza y desprecia a la figura creativa y libre.
La Identidad del Narrador y la Existencia del Pensamiento
El texto plantea que la soledad del poeta no es un fin, sino el espacio donde el pensamiento se convierte en su única compañía y certeza. Lo único que verdaderamente “existe” son los pensamientos, descritos como “esa angosta faja de aire”. En este sentido, la obra crea un juego narrativo al comparar al narrador con Rocha, lo que refuerza la idea de que la verdad de la historia reside en la mente del lector, en la soledad de sus propios pensamientos. El punto de quiebre en la “Página 19” simboliza el momento en que esta compleja realidad se hace evidente, invitando al lector a un desafío interpretativo.
“La Aldea de los Pensamientos” es un libro que trasciende lo convencional, una invitación a un viaje introspectivo donde el lector no es un mero observador, sino un participante activo. A través de la prosa de Javier del Cerro, el caos se vuelve poesía y la soledad se convierte en el lienzo de una existencia que solo los pensamientos pueden validar. Por su profunda reflexión sobre el oficio de poeta, la dura realidad de un país y la esencia de la conciencia, es una lectura imprescindible para quien se atreva a explorar las fronteras de la mente y la narrativa.